En lo profundo de la Amazonía peruana, una semilla puede convertirse en esperanza. No es solo un árbol: es sombra para una familia, es hogar para aves, es agua para la tierra. En Bosques con Alma, cada árbol plantado tiene una historia.
Sara, voluntaria de 19 años, viajó desde Lima a Pucallpa para “hacer algo diferente”. Regresó con el corazón lleno de propósito. “Poner mis manos en la tierra me hizo sentir parte de algo más grande”, cuenta con una sonrisa que contagia.
Cada semana, recibimos mensajes de adoptantes: personas que celebraron un nacimiento plantando vida, que recordaron a un ser querido con un árbol, o que simplemente quisieron hacer algo bueno por el planeta.
El bosque que estamos creando no solo está hecho de hojas y raíces, sino de emociones, sueños y comunidad. Porque al final del día, reforestar es reconstruir vínculos: con la naturaleza, con los demás, con uno mismo.
Así que la próxima vez que pienses en hacer un regalo, en rendir homenaje o en dejar una huella, recuerda: una raíz puede transformar una vida.